En la tela azul de una araña
se ha posado la gota de rocío
tras la noche larga, con el frío,
en el primer albor de la mañana.
Se ha encendido el sol con tanta furia
que blanquea, brillando, mi morada.
Tal vez deba, ante tal cruel nevada,
mantenerme al cobijo de la gloria.
Quiero rezar en este mismo instante
dándo gracias por tan dulce visión
al mismísimo Dios omnipresente
al que no siento (y lo siento) a mi lado;
tal vez sea, por propia decisión,
que Él mismo se haya terminado.
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