sábado, 25 de septiembre de 2010

Aun puedo volar

         En un tiempo, durante  momentos de calma, sentíais el pequeño placer de cerrar los ojos y visualizar un gran campo de hierba verde, alta y plagada de flores. El prado levemente inclinado. Lo suficiente como para que vosotros, situados en la parte mas alta, extendierais los brazos y, cerrando los ojos, os lanzarais hacia delante, con la intención de zambulliros en él, y comenzabais a volar.
         El cielo azul, y el hierbal verde, siempre muy verde. Vuestro vuelo mas que un vuelo era un gran salto; como si la brisa os hiciera desprenderos de vuestra masa corporal. Poco a poco practicabais, y os perfeccionabais. Lo que era un gran salto sobre el verdor se convertía –ahora sí- en un auténtico vuelo plácido, sin mas pretensiones que las de volar por volar. 
         Y así fue durante muchos años.

         Hoy, el espejo se empeña día a día, machacona y sistemáticamente, en haceros creer que el tiempo pasa, que sois la persona adusta, seria y malhumorada que se refleja al otro lado. Insiste en deciros que el careto que refleja es parte de vuestro paso por esta vida; que esa careta es la que os ha sido impuesta por pertenecer a las fuerzas vivas de lo sociedad que os ha tocado en suerte pertenecer, y que no podéis llevar otra, claro está.
         Pero lo mas trágico os resulta cuando intuís la sonrisa burlona  dibujada en el cristal, cuando comprendéis que lo que os está diciendo es que ya no tenéis la capacidad de volar cada vez que cerráis los ojos.
         Ya no habrán mas prados verdes sobre los que deslizaros, rozando los tallos de la hierba; porque ya no poseéis la capacidad de volar, ni la capacidad de cerrar los ojos para intentarlo siquiera. Porque habéis dejado de soñar, y vuestros cielos son cada vez menos azules, y vuestra hierba menos verde.
         Y mas trágico resulta que, aun sabiéndolo como lo sabéis, no tenéis intención de hacer nada por cambiar.

         Que Dios os perdone. Que nos perdone a todos.

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