
El cielo azul, y el hierbal verde, siempre muy verde. Vuestro vuelo mas que un vuelo era un gran salto; como si la brisa os hiciera desprenderos de vuestra masa corporal. Poco a poco practicabais, y os perfeccionabais. Lo que era un gran salto sobre el verdor se convertía –ahora sí- en un auténtico vuelo plácido, sin mas pretensiones que las de volar por volar.
Y así fue durante muchos años.

Pero lo mas trágico os resulta cuando intuís la sonrisa burlona dibujada en el cristal, cuando comprendéis que lo que os está diciendo es que ya no tenéis la capacidad de volar cada vez que cerráis los ojos.
Ya no habrán mas prados verdes sobre los que deslizaros, rozando los tallos de la hierba; porque ya no poseéis la capacidad de volar, ni la capacidad de cerrar los ojos para intentarlo siquiera. Porque habéis dejado de soñar, y vuestros cielos son cada vez menos azules, y vuestra hierba menos verde.
Y mas trágico resulta que, aun sabiéndolo como lo sabéis, no tenéis intención de hacer nada por cambiar.
Que Dios os perdone. Que nos perdone a todos.
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